Cruzar los dedos
Olvido y Revelación. Tarea: Nitidez (Curso Escritura de Vida Propia con Casa Contada)
18 de Junio, 2025
Precisamente hoy, hace 38 años, mi vida dio un vuelco con el nacimiento de mi primer hijo. Iba a ser una cesárea programada, y desde que puse los pies en el suelo al levantarme, sabía lo que sucedería… pero no imaginaba todo lo que me esperaba. El tiempo se arrastraba o volaba con apenas un parpadeo.
Rumbo al hospital, el tráfico, los enfrenones, los malos modos de los otros conductores y los claxonazos los sentía yo a flor de piel. Mi inquietud se exacerbó cuando la enfermera que me recibió me dijo que, como yo estaba muy nerviosa, mis venas se habían “escondido” y era muy difícil colocarme la venoclisis. No sé cuántos piquetes me dio antes de acertar. La mano izquierda con la aguja ya clavada y fijada con cinta adhesiva me punzaba y me temblaba.
Ya dentro del quirófano con su atmósfera aséptica de color blanco y verde pastel, lo que seguía era administrarme anestesia epidural para proceder a la cesárea. Boca abajo sentí el brochazo de algún tipo de material de limpieza. Era frío. Tal vez luego un poco de xilocaína tópica, y el muy leve ahora sí pinchazo.
—Vamos a dejar que haga efecto, señora. Usted tranquila.
Yo tranquila? Para qué lo dijo el médico?
—Siente todavía sus piernas?
—Sí.
—Siente todavía sus piernas?
—Sí doctor, sí las sigo sintiendo.
Intentaron reforzar la anestesia epidural, pero según mis respuestas, no estaba funcionando como debía. El ginecólogo y el anestesista intercambiaron algunas palabras y tomaron la decisión de aplicar anestesia general.
Abrí los ojos acostada boca arriba en una sala azul claro con luces neón, y me quedé mirando una que no dejaba de parpadear. Comenzó a volverme la conciencia y empecé a tocar lo que tenía alrededor: unos barandales metálicos a los lados, bastante fríos. Se escuchaba un zumbido constante, como si fuera un aire acondicionado, y comencé a percatarme del ir y venir de algunas personas. Sentí que mis pies comenzaban a helarse: estaban destapados. Traté de moverlos y apenas podía. De repente, sentí que caía un peso sobre mis piernas, y el calor de una cobija empezó a templarlos.
No sé cuánto tiempo pasé notando mi entorno, cuando de repente pensé:
Y el bebé? Ya nació el bebé?
Pasé la mano derecha sobre mi vientre y noté que ya no estaba aquella panza inmensa. Sentí la textura acanalada que tienen las vendas, muy apretadas.
—Señorita…
La voz me salió como un hilo, pero un hilo ronco. Ni me la reconocía. Nadie me hizo caso. Esperé educadamente unos minutos y volví a llamar.
Esta vez, una enfermera se acercó y de forma áspera —como si la hubiera interrumpido— me dijo:
—Qué se le ofrece, señora?
—Quisiera saber si ya nació el bebé.
—Pues claro que ya nació! —me dijo como si fuera lo más obvio del mundo.
—Y qué tuve?
—Ay, señora… Pues tuvo un niño. Ya se lo habíamos informado.
Y ahora sí me entró el agobio.
Cómo era posible que no hubiera podido retener un dato tan simple y tan crucial?
Ella lo dijo. Claramente lo dijo!
Pero fue como si su respuesta no se hubiera fijado por lo menos en una pared dentro de mi mente. No quedó grabada. Se desvaneció al instante. Solo quedó el eco de su tono, no las palabras.
Pasó cerca otra enfermera y, con mayor fuerza en mi voz, hice la misma pregunta:
—Qué tuve?
—Pues tuvo un niño —me respondió.
Decidí diseñar un plan. Haría nuevamente la pregunta y si me decía “niño” cruzaría los dedos.
Llamé a la enfermera:
—Señora, pero qué lata da usted! Qué se le ofrece?
—Dígame, por favor…qué tuve?
Y me lo repitió con tremendo fastidio:
—Pues tuvo un niño!
Yo crucé los dedos.
Se alejó la mujer y me quedé pasmada:
Pero por qué crucé los dedos? Era por niño o por niña?
La respuesta más importante de mi vida… y mi mente no lograba atraparla.
Me entró tal agobio que las lágrimas comenzaron a rodar por mi cara, resbalando hasta mis oídos.
No pasaron muchos minutos cuando apareció un camillero y me dijo:
—Ya la voy a llevar a su habitación.
Dejamos ese lugar helado y estéril. Al salir de un elevador gigante, sentí el cambio de temperatura y calidez en la luz y comencé a escuchar voces al ir avanzando por un pasillo. El camillero se detuvo y mi familia salió a mi encuentro.
Entonces mi pregunta se resolvió.
Sobre la puerta de la habitación había un letrero que decía:
Bienvenido al mundo, Alfredito.
Tan anestesiada en el momento del parto, como presente el resto de su vida y contando…
Hermoso recuerdo, Alfredito debe ser el más feliz de tenerte como mamá, así como narras su llegada a este mundo, una jovencita sufriendo una cesárea “programada” pero feliz de tener a su primer bebé, felicidades a los dos graduados, como madre e hijo respectivamente 😍🥰